El avance de la tecnología es imparable, más si cabe en el terreno de los dispositivos destinados al usuario medio. Los fabricantes andan constantemente buscando nuevas fórmulas que se traduzcan en más ingresos, y en esa carrera por el oro (o la plata) hace años que se coló un nuevo participante dispuesto a poner a la industria patas arriba. Estamos hablando de la pantalla flexible, una tecnología que hace apenas una década habría sonado a pura fantasía, pero que ya se ha convertido en realidad.

Durante los dos últimos años hemos podido observar diferentes prototipos de dispositivos con pantallas flexibles y se rumorea que Samsung lanzará el año que viene el primer móvil que las incorpore.

La expectación es máxima, pero hay una pregunta que no podemos dejar de preguntarnos:

¿Para qué queremos pantallas flexibles?

LG Display

A primera vista puede parecer que el uso de las pantallas flexibles en el futuro no vaya a ir más allá de lo anecdótico, que sea una excentricidad más de la industria para rascar nuestros caprichosos bolsillos. Pero lo cierto es que los fabricantes las están empezando a crear por algo.

Y es que la normalización de las pantallas flexibles puede acabar salvándonos –ojo- de una de las mayores amenazas de la sociedad moderna: que la pantalla de tu smartphone (o de cualquiera de tus dispositivos) se haga pedazos. Esta absorbería infinitamente mejor los impactos y necesitaría fuerzas extremas para romperse.

Pero esta no sería la única utilidad potencial de las pantallas flexibles. Otras tecnologías en desarrollo como la de los smartwatches o los wearables en general podrían beneficiarse de ellas, ya que permitirían que estas se ajusten a cualquier parte de tu cuerpo.

Las pantallas flexibles también supondrían un gran avance en lo referente a la fabricación de dispositivos y el ahorro de materiales, aunque todavía queda una larga serie de dificultades por superar en este apartado.

Principales desafíos para las pantallas flexibles

Su aparición en la industria tecnológica tuvo lugar hace años, pero para que su incorporación al mercado sea efectiva, las pantallas flexibles todavía tienen que superar una serie de barreras tanto en cuestiones de fabricación como de comercialización:

Pantalla flexible Samsung

Resulta complicado aislar sus materiales

Los circuitos electrónicos flexibles suelen estar hechos de materiales especiales, altamente vulnerables a la contaminación derivada de la exposición al oxígeno y al vapor de agua. De este modo, es necesario encapsularlos de algún modo para aislarlos de cualquier posible daño.

Para ello, el plástico a priori parecía una buena solución, pero las compañías se acabaron dando cuenta de que también presentaba inconvenientes: es altamente permeable y se degrada muy fácilmente.

Por otro lado, el cristal flexible parece salvar estas complicaciones y podría ser utilizado en un futuro, pero por ahora su coste es demasiado elevado.

Todavía no se ha dado con el material idóneo, aunque se anda cerca

El gran reto en el desarrollo de las pantallas flexibles es la creación de circuitos que no pierdan funcionalidades al ser doblados o enrollados. Estos circuitos requieren del uso de sustratos plásticos flexibles, pero resulta que estos no son capaces de soportar las altas temperaturas propias de los procesos de fabricación de la mayoría de dispositivos electrónicos. El gran desafío, pues, es la identificación de materiales y procesos capaces de sobreponerse a estos límites físicos.

La plata, un material altamente conductor cuyo punto de fusión es cercano a los 1000º, podría ser la solución al problema. Ahora bien, estamos hablando de un material muy raro, y por tanto de precio elevado.

¿Qué alternativas les quedarían a los fabricantes? Una de las propuestas más sólidas para abaratar costes de producción sería fusionar la plata con derivados del carbono como el grafeno.
Pantalla flexible grafeno

De hecho, este proceso ya es una realidad:  la semana pasada, un equipo de investigadores de la Universidad de Sussex dio a conocer que había creado con éxito un material que combinaba grafeno con nanofribras de plata para crear una lámina que igualaba el rendimiento de las pantallas actuales (hechas de óxido de indio y estaño), aunque con un coste mucho menor.

El material además es súper flexible, así que no necesitaría de un revestimiento de cristal. Esto se traduciría en que la capa superior de la pantalla podría fabricarse a partir de un material mucho más maleable y resistente como el plástico acrílico.

Que este se acabe aplicando a las pantallas flexibles del futuro es a día de hoy una incógnita que solo los fabricantes podrán encargarse de despejar.

La integración en dispositivos presenta grandes complicaciones

Para crear un dispositivo totalmente flexible, los fabricantes primero tienen que ser capaces de encontrar una manera de hacer flexibles todos y cada uno de sus componentes. En este aspecto, el que más dificultades presenta es sin duda la batería, y es que la tecnología actual requiere que las baterías mantengan su rigidez para funcionar. De hecho, si son dobladas en exceso pueden hasta explotar. Por ahora.

No obstante, se rumorea que Samsung, una de las firmas más interesadas en esta tecnología, ya ha conseguido incorporarla en un smartphone que se comercializará en 2018 y en cantidades muy limitadas. Este hipotético dispositivo recibiría el nombre de Samsung Galaxy X y sería el primer teléfono del mercado en contar con una pantalla flexible. A principios del mes pasado, el reportero de Forbes Ewan Spencer sugirió que el esperado Galaxy X solo se comercializaría en territorio surcoreano y que por tanto se convertiría “en uno de los teléfonos más difíciles de ver de 2018”.

Te contaremos más sobre él próximamente.

Por Pablo Viñado Amor.

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